Dicen que más allá de cualquier tiempo, en los orígenes del origen, bajo el dorado manto otoñal que cubría la dehesa como una ofrenda de la Diosa Madre Tierra y anticipando la llegada de la preciada ambrosía, tuvo lugar el despertar más mágico del año. Y que ese momento inspiró una leyenda, legado de la Antigua Grecia.
Cuenta la leyenda que la Diosa de la Naturaleza cuidaba de la armonía de los campos verdes y luminosos en una primavera perpetua, hasta que un día su hija, Diosa de la Primavera, fue llevada al inframundo. En su ausencia, los campos entristecieron, dando paso al primer frío del otoño. La oscuridad ganaba horas al día y la hierba lloraba el rocío de la mañana.
Noche tras noche, acompañada por la Reina del Firmamento, la tenaz madre aguardaba el regreso de su hija buscando consuelo en el murmullo de las hojas de su encina sagrada, la cual derramaba lágrimas de esperanza y prosperidad, ofreciendo su fruto más valioso: la bellota.